Un día que cambió la historia de México: el 19 de septiembre de 1985, a las 7:19 a.m., la Ciudad de México se convirtió en un escenario de horror. Un devastador terremoto de magnitud 8.1 sacudió la capital, desatando un caos inimaginable y dejando un saldo trágico de miles de vidas perdidas. En cuestión de minutos, edificios emblemáticos se desplomaron, sepultando a miles bajo los escombros. La devastación fue abrumadora, con más de 700 edificios colapsados y áreas enteras de la ciudad convertidas en ruinas.
La respuesta del gobierno fue desbordada; mientras las autoridades luchaban por entender la magnitud de la tragedia, la ciudadanía se organizó para las labores de rescate. Con escasas herramientas y un enorme sentido de solidaridad, cientos de vecinos formaron cadenas humanas, removiendo escombros en busca de sobrevivientes, demostrando una valentía y un espíritu comunitario sin precedentes.
A pesar del heroísmo de los ciudadanos, la ineficacia gubernamental quedó expuesta. El presidente Miguel de la Madrid, tras evaluar la situación, enfrentó críticas por su aparente autosuficiencia al rechazar la ayuda internacional, lo que generó frustración entre los afectados. Las víctimas fueron innumerables, con estimaciones que superan las 10,000 muertes, mientras que el número de heridos y desaparecidos sigue siendo incierto.
El impacto económico fue devastador: se estima que entre 150,000 y 200,000 personas perdieron su empleo, y muchas edificaciones quedaron destruidas, elevando las pérdidas a cerca de 8,000 millones de dólares. A medida que se rescatan memorias de ese fatídico día, el eco de los gritos de auxilio y el sonido de la solidaridad resuenan en la memoria colectiva de un país que se unió en medio del desastre.
El terremoto de 1985 no fue solo un evento trágico; fue un parteaguas en la historia de México que transformó la manera en que se aborda la protección civil y la conciencia social ante desastres naturales. La lección es clara: un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla.