El Rey Carlos, en un acto sin precedentes, ha firmado los documentos de divorcio que marcan la expulsión definitiva de Camila de la monarquía británica. Con una mano temblorosa de rabia, el monarca dictó su sentencia en una mañana gris en el Palacio de Buckingham, sellando el destino de la mujer que una vez compartió su trono. Este gesto, cargado de simbolismo, no solo pone fin a un matrimonio, sino que representa una purga histórica en la Casa Real.

Las paredes del palacio resonaron con la frialdad de la decisión. Retratos de Camila fueron retirados en silencio, y su habitación en Clarence House fue cerrada con llave. En un memorando interno, se ordenó cesar todas las actividades públicas relacionadas con la reina consorte en un plazo de 24 horas. La furia del rey, contenida durante años, estalló en un acto que borró cualquier rastro de su presencia en la corte.

Los rumores de irregularidades financieras y vínculos oscuros con organizaciones extranjeras desencadenaron esta tormenta. Camila, quien había sido aceptada tras años de controversia, ahora se encuentra aislada, enfrentando un colapso total. Mientras tanto, la nación estalló en un clamor por justicia para Diana, cuya memoria resurge con fuerza en este momento crítico.

Las calles frente al palacio se llenaron de flores y mensajes de apoyo a la princesa Diana, mientras que el nombre de Camila desaparece de los documentos oficiales. La prensa británica la ha rebautizado como Camila Parker Bowles, un recordatorio de su caída de gracia. Este divorcio no es solo un asunto personal; es una lucha por el honor de una monarquía tambaleante en el siglo XXI.

El rey Carlos, ahora un monarca decidido, ha tomado el control total, sin espacio para la ambigüedad. La pregunta que queda en el aire es si esta purga será suficiente para restaurar la fe del pueblo en la monarquía o si marca el inicio de su inevitable declive. Con cada firma, la historia de la realeza británica se reescribe, y el futuro se presenta incierto.