Donald Trump cortó abruptamente una entrevista con CNN al ser cuestionado sobre su relación con Jeffrey Epstein, revelando una creciente preocupación por su aparición en los archivos del difunto financista. Esta situación se intensifica tras la información de que el Departamento de Justicia advirtió a Trump en mayo que su nombre figura en esos documentos, lo que ha generado un estado de alerta palpable en su círculo cercano. En un intento por desviar la atención, Trump ha instruido a los republicanos a cambiar el enfoque de las preguntas sobre Epstein hacia acusaciones contra Barack Obama, sugiriendo que el expresidente “hizo trampa en las elecciones”.
Este giro estratégico es visto como un intento desesperado de Trump por eludir las repercusiones de su asociación con Epstein, quien ha sido objeto de escrutinio por su implicación en redes de tráfico 𝑠e𝑥ual. La estrategia de Trump es tan evidente que se asemeja a un truco de magia fallido, donde la atención se desvía de un tema comprometedor a otro de su conveniencia. Sin embargo, la realidad es que la conexión de Trump con Epstein es innegable, habiendo sido amigos durante años y con nuevas evidencias que continúan emergiendo.
A medida que surgen más detalles sobre la relación de Trump con Epstein, la narrativa de que el ex presidente es una víctima de conspiraciones se vuelve más frágil. La presión sobre el FBI para encontrar menciones del nombre de Trump en los archivos de Epstein pone de manifiesto la seriedad de la situación. Los republicanos, que anteriormente habían utilizado el caso Epstein como un arma política, ahora se enfrentan a una crisis de credibilidad mientras Trump intenta desviar la atención con acusaciones infundadas. Este episodio no solo destaca la fragilidad de la estrategia de Trump, sino también la creciente presión sobre su administración a medida que se revelan más conexiones con el escándalo Epstein.