El mundo está de luto: ha fallecido su santidad, el Papa Francisco. La conmoción recorre el planeta tras las impactantes últimas imágenes de un líder que dedicó su vida a la humanidad. Con una voz serena, su último mensaje resonó en el corazón de millones: “Toda persona es hijo de Dios. Dios no rechaza a nadie”. Estas palabras, llenas de amor y esperanza, fueron su legado final.
El Papa Francisco, quien marcó la historia con su humildad y compasión, dejó una huella imborrable desde su elección en 2013. Desde Buenos Aires, se convirtió en el primer Papa latinoamericano, llevando el nombre del Santo de la humildad. Su figura rompió esquemas: viajaba en autos sencillos y caminaba entre la gente, ganándose el título de “el Papa del pueblo”.
Hoy, la Plaza de San Pedro está desierta. La última misa de resurrección, celebrada el pasado domingo, fue la última vez que millones lo vieron en vida. Su rostro, cansado pero sereno, transmitía una ternura indescriptible mientras saludaba y bendecía a sus fieles. Aún en sus últimos días, Francisco mantuvo su espíritu vibrante y su pasión por el fútbol, un amor que nunca ocultó.
Los ecos de su risa y sus gestos espontáneos permanecerán en la memoria colectiva, mientras el mundo reflexiona sobre su legado de paz y amor. “Nunca se vayan peleando; el día tiene que terminar en paz”, fueron sus palabras que resonarán eternamente. Su partida deja un vacío inmenso, pero su luz seguirá siendo un faro de bondad en un mundo que tanto lo necesita.
Hoy, el Papa Francisco se despide de nosotros, pero su espíritu vive en millones de almas que encontraron en él un refugio de esperanza. La historia de un hombre que soñó con un mundo mejor y que nos instó a abrirnos a lo grande, se convierte en un legado eterno.