Los gritos desgarradores de Diogo Jota y su hermano André aún resuenan en la memoria de quienes presenciaron la tragedia en la A52. En una madrugada fatídica, un Lamborghini Urus negro se convirtió en una tumba ardiente cuando un reventón de neumático llevó a los hermanos a un choque devastador. Testigos y sobrevivientes relatan que no murieron al instante; sus voces clamaban por ayuda mientras las llamas devoraban el vehículo. “¡Ayúdame, hermano!”, gritaban, pero el tiempo se les escapó.
Martín Castaño, un camionero que pasó por el lugar, escuchó los gritos y corrió hacia el coche, solo para encontrar que el cristal blindado resistía sus intentos de rescate. “Estaban vivos. Gritaron pidiendo ayuda”, declaró con lágrimas en los ojos. La desesperación se apoderó de la escena mientras el fuego consumía todo a su paso. Las cámaras de seguridad registraron un coche negro sin placas que seguía al Lamborghini, lo que ha avivado teorías de persecución.
El informe oficial habla de un accidente mecánico y exceso de velocidad, pero los testigos, como Castaño, insisten en que hay más en esta historia. La caja negra del vehículo se reinició justo después del impacto, y el celular de Diogo nunca apareció. La familia, devastada, ha pedido privacidad, pero la comunidad exige respuestas. “Aquí no murieron, aquí los dejaron morir”, se lee en las pancartas en la curva del grito, ahora un lugar de homenaje y protesta.
Mientras las redes sociales estallan con teorías y llamados a la justicia, la investigación se reabre, pero la sombra de la duda persiste. ¿Qué ocurrió realmente aquella noche? Los ecos de los gritos de Diogo y André siguen atormentando a quienes fueron testigos de su agonía. La verdad, oculta entre llamas y silencio, se niega a apagarse.